En mayo de 2016, según distintas consultoras, Donald Trump tenía menos del 20% de intención de voto en los Estados Unidos. En junio del mismo año, en Reino Unido, el Primer Ministro David Cameron convocó a un referéndum sobre el proceso para dejar la Unión Europea confiando en las palabras de sus asesores y otros múltiples analistas de que un triunfo del “SI” era imposible. En Brasil, a pocos días de las elecciones del año pasado, Jair Bolsonaro no llegaba al 30% de intención de voto. En la Argentina, días antes del golpe financiero que inició el fuerte proceso de devaluación y crisis que continua hasta la actualidad, la mayor parte de los indicadores mostraban una economía encaminada y presagiaban buenos augurios para el futuro.
Los pronósticos de los expertos han fallado de forma reiterada durante la última década en algunos de los principales eventos internacionales, que fueron imposibles de predecir incluso cuando explicaciones posteriores apuntaron a indicios que “ya estaban ahí” pero pocos o ninguno pudieron ver. Los “Cisnes Negros” son eventos de impacto desproporcionado y difíciles de predecir, inesperados y de gran magnitud. Y parecieran ser justamente estos “desconocidos desconocidos”, tal como los definió el Secretario de Defensa de los Estados Unidos Donald Rumsfeld en el 2002, los que hoy dominan el Sistema Internacional. Aunque no es absoluta, debemos aceptar que vivimos en un mundo de gran incertidumbre.
Frente a esto, se desprenden 3 importantes lecciones para la diplomacia argentina en los años por delante: Ante un mundo que se revela mucho más volátil, incierto y complejo que nunca, la única opción para un país periférico como la Argentina es, como si de un inversor cauteloso se tratara, apostar a la diversificación. En el aspecto comercial, esto podría significar aprovechar nuevos mercados que están creciendo con fuerza en los últimos años. Las relaciones con países emergentes con economías cada vez más dinámicas como México, Singapur, Turquía, Malasia, Tailandia, Taiwán, Vietnam e Indonesia, que están entre los 30 principales importadores del mundo, aún no han sido suficientemente explotadas.
Al mismo tiempo, mantener una equidistancia apropiada en los conflictos entre las grandes potencias es esencial. La Argentina debe aprovechar el contexto de un mundo bastante menos ideologizado donde, a nivel estatal, las consideraciones sobre las condiciones materiales de poder pesan más que las luchas ideológicas maniqueas propias de la segunda mitad del Siglo XX. Mantener las distancias y el equilibrio no será fácil, pero es primordial para evitar costos mayores.
Finalmente, en un mundo que oscila entre el complejo equilibrio de la multipolaridad y el caos de la apolaridad (un sistema sin liderazgos claros), la flexibilidad para adaptarse a los rápidos cambios en el Sistema Internacional es fundamental. Esto implica evitar políticas exteriores rígidas y permanecer constantemente atentos a los cambios en la estructura de poder e intereses de las grandes potencias.
Mantener políticas exteriores unidireccionales, desbalanceadas y rígidas ya condenó a la Argentina durante gran parte del siglo pasado. Esta vez, en un mundo que cambia con mayor velocidad, no podemos darnos el lujo de cometer los mismos errores.
Dr. Latutaro N. Rubbi
Publicado por primera vez en BAE