La inteligencia artificial (IA) se ha convertido en el basamento de la disputa entre Estados Unidos y China: el liderazgo sobre ella representa el control de todos los sistemas que manejan los procesos de la nueva humanidad tecnificada.
Sin embargo, su desarrollo requiere una cantidad considerable de energía, principalmente para los centros de datos que entrenan y ejecutan los modelos de IA y esta necesidad computacional se duplica aproximadamente cada cien días, lo que ejerce una presión creciente sobre las redes eléctricas ya existentes según alerta el Foro Económico de Davos (2024) en su informe “AI and energy: Will AI help reduce emissions or increase power demand? Here’s what to know”.
Los centros de datos, donde se alojan servidores, sistemas de almacenamiento y equipos de red, son los principales consumidores de esta energía, y se espera que su consumo global de electricidad se duplique para 2030. En este aspecto, Estados Unidos y China son los mayores impulsores de este crecimiento, que al proyectarse representarán casi el 80% del aumento global del consumo de electricidad de los centros de datos para 2030.
En este contexto de creciente demanda energética por la IA, la competencia geopolítica entre Estados Unidos y China está teniendo ramificaciones significativas en el consumo de energía y la transición energética global. En este contexto –como analizó la editorial de Le Monde titulada “Etats–Unis: une loi budgétaire au coût exorbitant”–, la administración Trump ha impulsado una legislación importante que denominó el “One Big Beautiful Bill” que busca remodelar el panorama energético estadounidense. Una de las medidas más polémicas de esta ley es el recorte drástico de los créditos fiscales para las energías limpias. Estas incluyen la eliminación de un crédito fiscal del 30% para la energía solar residencial antes de fin de año, y la eliminación gradual de incentivos para la energía eólica y solar a gran escala.
Coincidimos con Thomas Friedman en “How Trump’s ‘Big, Beautiful Bill’ Will Make China Great Again” en que miles de millones de dólares en inversiones en energías renovables se pondrán en riesgo, además de una anticipada pérdida de decenas de miles de empleos en el sector. Asimismo, la reducción de la demanda de vehículos eléctricos fabricados en EE.UU. afectará a las fábricas de baterías y minerales clave como el litio. Como resultado, Estados Unidos podría perder su liderazgo en la transición hacia la energía limpia.
Mientras tanto, China se beneficia de esta situación de asimetría autodecisional, ya que cuenta con una ventaja significativa en el sector energético. Esto incluye precios de electricidad más bajos debido a la regulación y subsidios gubernamentales tanto para combustibles fósiles como para energías renovables. Es el caso de Deep Seek, –la plataforma china de IA– puede ser mucho más eficiente energéticamente que sus rivales al utilizar de diez a cuarenta veces menos energía que la tecnología de IA estadounidense. China también lidera el mundo en capacidad de energía renovable, con el 50,9% de su capacidad energética proveniente de estas fuentes a partir de 2023, y domina más del 80% de las etapas de fabricación de paneles solares a nivel global.
Pero, a pesar de los recortes en los subsidios a las energías renovables, la ley estadounidense sí preserva hasta 2036 un importante crédito fiscal para tecnologías de energía sin emisiones como reactores nucleares, represas hidroeléctricas, plantas geotérmicas y almacenamiento de baterías. Sin embargo, la construcción de nuevas plantas nucleares puede tardar hasta una década. Aun así, las corporaciones tecnológicas están explorando opciones de energía alternativas como tecnologías nucleares y de almacenamiento como el hidrógeno.
En resumen, aunque la IA tiene el potencial de generar beneficios económicos, sociales y educativos, requiere una creciente demanda de energía. Esto genera otra competencia paralela entre ambas potencias que tensiona aún más la disputa por el orden global digital.
Dr. Juan Pablo Laporte
Publicado por primera vez en Perfil