En el último lustro las dinámicas de seguridad y poder global se han endurecido, configurando un escenario de creciente confrontación. La estabilidad internacional se ve amenazada por nuevas lógicas de fuerza que reconfiguran el sistema.
De acuerdo de The Economist, el Índice de Democracia global ha caído a un mínimo histórico en 2024. Apenas un 6.6% de la población mundial vive en democracias plenamente consolidadas, mientras que un 39.2% habita bajo regímenes abiertamente autoritarios. Esta degradación democrática se suma a una progresiva fragmentación institucional y a la intensificación de la competencia geoeconómica entre las principales superpotencias.
En paralelo, se ha observado un auge en diplomacias combativas: la denominada “wolf warrior” de China, apelativo que hoy es esgrimido con orgullo por algunos de sus principales interlocutores internacionales, y una política exterior estadounidense cada vez más confrontativa han marcado un giro hacia retóricas agresivas. Las grandes potencias han demostrado que ya no renuncian a la amenaza o al uso de la fuerza, sea esta de orden militar o económico, para imponer sus intereses.
El endurecimiento geopolítico y los dilemas de seguridad que genera se traducen en una asignación récord de recursos: según el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo, el gasto global en defensa alcanzó los $2.46 billones de dólares en 2024, representando el noveno año consecutivo de incremento en gasto militar y el total global más alto jamás registrado por la institución.
No es casualidad que el Reloj del Fin del Mundo, indicador ideado para señalar la vulnerabilidad del mundo ante una catástrofe global, registrara en enero de este año su peor marca histórica, situándose a solo 89 segundos de la medianoche.
Por su parte, la proliferación nuclear sigue creciendo tanto de manera horizontal (nuevos actores que buscan capacidades atómicas) como vertical (modernización y expansión de arsenales ya existentes). Aunque mayormente ausentes del discurso diario, no debemos olvidar la presencia de aproximadamente 12,241 ojivas nucleares en el inventario global, según estimaciones de principios de este año, la inmensa mayoría con un poder destructivo superior a las utilizadas en Hiroshima y Nagasaki. Casi 4,000 de ellas están desplegadas en misiles o bases de bombarderos.
De este subconjunto, unas 2,100 ojivas se mantienen en un estado de alta alerta operativa, listas para su uso inmediato. Resulta crucial dimensionar que el quiebre de la delicada disuasión nuclear podría representar el último error de la humanidad.
Mientras que noticias recientes confirman que Beijing está ampliando su arsenal de forma más acelerada, todas las potencias nucleares lo están incrementando o tienen planes para ello. “Tenemos que admitir la atracción de los países por las armas nucleares ha aumentado. Cada vez más países están hablando de armas nucleares de una forma extrañamente apabullante“ reconoció Rafael Grossi, el argentino a cargo del Organismo Internacional de Energía Atómica.
Más aun, la incorporación acelerada de tecnologías de punta como misiles hipersónicos, sofisticados sistemas de defensa antiaéreos y sistemas de comando y control cada vez más digitalizados -y, por tanto, vulnerables a las amenazas propias del ciberespacio- e influenciados por el impacto de la Inteligencia Artificial, abren nuevas brechas de riesgo en el equilibrio estratégico.
Según el Foro Económico Mundial, menos del 10% de los líderes en ciberseguridad creen que la IA generativa dará ventaja a los defensores sobre los atacantes en el corto plazo, mientras que una mayoría (55.9%) cree que ampliará las capacidades de estos últimos.
En nuestro país la situación internacional no debe percibirse lejana. La infraestructura de observación espacial china en Neuquén simboliza la dimensión estratégica que puede adquirir cualquier disputa entre grandes potencias. Resulta necesario un enfoque pragmático que pondere cuidadosamente los costos y beneficios de cada decisión, considerando no solo pasiones ideológicas momentáneas sino también proyecciones de mediano y largo plazo.
En este punto crítico, la Argentina necesita la constante lucidez de mantener abiertos todos los puentes. Si bien la cercanía personal del presidente con Donald Trump eventualmente podría (tal como ya lo ha hecho) propiciar ventajas tácticas, también comporta riesgos estratégicos considerables, principalmente en el vínculo con China, socio comercial fundamental.
Aunque no es descartable la obtención de ciertos beneficios puntuales en el corto plazo, la vulnerabilidad macroeconómica y los riegos geopolíticos que se avizoran en el horizonte exigen una política exterior versátil y prudente.
Dr. Lautaro N. Rubbi
Publicado por primera vez en Clarín